miércoles, 3 de febrero de 2010

Cuatro ancianas

Cuatro ancianas, tejiendo todas, meciéndose al unísono en un circulo de mecedoras suspiraban añorando con tristeza las sonrisas de sus pasados días de gloria.

El suspiro mas largo pertenecía a la mujer mas vieja y en cambio la sonrisa menos amarga emanaba de la mujer menos gastada por el tiempo, teniendo cada una cinco años menos que la que tejía a su lado. A las cuatro mujeres les faltaban dientes, las cuatro tejían a prisa atentas en su costura, dos de ellas eran viudas y las otras divorciadas pero todas compartían la tristeza del esposo muerto.

Después de cuatro horas de estar tejiendo solo abrieron la boca para estornudar, toser y suspirar, y es que el destino las tenía ahí reunidas , al parecer a la fuerza, ya que nunca se llevaron bien en sus juventudes y los años no ayudaron mucho.

Si esta escena se realiza es a causa de la soledad que nublaba hace décadas sus delicadas almas, después de años de estar solas decidieron estar juntas y al menos acompañadas, pero aunque juntas siempre han estado solas, cada una con el mundo retumbando en su pasado, en aquellos días en que su gallardo esposo las necesitaba y ellas se sentían amadas, útiles y amadas. Y aunque muertos los esposos ellas estaban mas tranquilas así, prefiriéndose ellas vivas y sus ancianos muertos, y es que solo la mujer esta hecha para soportar la soledad, llegando al punto de acostumbrarse a ella y vivir a su lado haciéndole el desayunado y acompañándola a donde ella guste; sus corazones son mas duros, en cambio el hombre tiende a hacerse pedazos y acabar muriendo en vida.

Los días de felicidad y la tragedia cumplían varios años de ausencia en las memorias de cada anciana y esas cuatro mujeres solas y a la vez acompañadas veían en sus tejidos las frías causas de sus cansadas vidas y aunque por dentro sabían que les tejían bufandas a nietos que nunca en su vida las visitarían o que incluso no existían, pero ellas aprovechaban que sus ojos ya no lloraban y que bien podían simularse ahora estas falsas alegrías.

Una de ellas irrumpió el silencio derramado en la habitación y con fuerza desmedida y orgullo escaso, pero aún presente, levantó una bufanda terminada generando así que las otras detuvieron sus costuras para admirar con disimulada desconfianza el ropaje terminado.

-Vaya, por fin una bufanda bonita Consuelo- dijo Dolores mientras tosía.

-¿Bonita? Pero si los colores son horribles ¿Qué niño va a querer ponerse esa cochinada gris?- gritó Soledad.

-Cállate Soledad, al menos yo si tengo a mis dos nietos para que las usen, no me la paso inventando que los tengo a diferencia tuya- gritó Consuelo alterada y egoísta.

-Claro que tengo a mis dos nietos, mi hijo es capaz de hacerlos estoy segura, algún día me van a venir a abrazar, me dirán abuelita donde has estado y se van a reír cuando les cuente que tus nietos nunca vendrán a verte- dijo Soledad inspirada.

-Calma- dijo Dolores simulando un grito. –No han venido a vernos nunca, desde hace décadas, estamos solas y olvidadas nuestros hijos que nos dan por muertas, el mundo nos da por muertas, nosotras mismas nos hemos dado ya por muertas; ninguna bufanda buena o mala va a cambiar eso por muy perfecta que sea, tan solo nos queda tejer bufandas para que se sepa de nuestra existencia.

Al menos una de ellas vivía con la realidad frente a sus ojos, y es que el olor a gatos y orines que volaba en la habitación generaban un ambiente de decadencia que bien daba la sensación de que la muerte estaba ya cerca o en planes de asistencia.

Había llegado justo después del comentario de Dolores una verdad que durante años las ancianas distrajeron con recuerdos, pero inevitable era que los recuerdos no podían resistirse ante el golpe duro y frío de la acosadora realidad constante. Morirían pronto, en días o meses, las canas ya no podían ser más blancas, las manos ya no podían temblar más días, la memoria ya no quería estar recordando y sucumbiría pronto a la locura.

Con las miradas tristes y los cuerpos agotados las cuatro ancianas se miraron a los ojos por primera vez en años, se veían como si fueran espejos entre sus propias almas y descubrieron que quizá no eran tan distintas, aunque tuvieron vidas diferentes todas cedieron ante lo mismo: amores perdidos, familias ausentes, hijos sin memoria, nietos sin conciencia, algo en común las ataba y solo sus orgullos las había mantenido alejadas pero aun así se dieron cuenta que lo que siempre las mantuvo vivas fue la soledad, en la cúspide de la vida se da uno cuenta de su significado y ellas por fin lo comprendieron casi cien años después, al unísono sonrieron para sí y para las demás, suspiraron y siguieron tejiendo mas alegres que nunca; y es que las mujeres siempre se ponen de buenas con las noticias mas malas, y mientras mas felices, mas ancianas.

Cuando llegue la muerte por ellas sentirá envidia por las sonrisas de sus caras, las caras del circulo de ancianas.

Saavedra.

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