miércoles, 28 de abril de 2010

Tan pesado y grande como un cerdo.

Estuve toda la mañana pensando en un cuento, me estuvo devorando, tenía dentro ideas, diálogos, personajes, traiciones, letras, comas, puntos y comas y esas cosas. Mientras imaginaba había una mujer hablándome, y yo, tan metido en mi cabeza solo le respondía: si, no, quizá, no se; al parecer esto era mas que suficiente ya que empezó a sonreír al terminar su platica, se limpió las lagrimas y me dio un beso en la frente justo antes de marcharse.

Y yo seguía con mi cuento dentro de la cabeza, cerraba los ojos y veía cosas horribles, los abría y volvía a cerrar y el cuento era diferente, un poco mas contento.
Cansado de tanto pensar, y de tener las hojas vacías, mi cabeza cedió fácilmente ante las almohadas y cobijas, que los sueños hagan el cuento, yo ya estoy cansado. Cerré los ojos.

De repente algo me golpeó la cabeza, un buen golpe, de tan profundo sueño me costó abrir bien los ojos, y de que me servía si estaba todo oscuro, lo que es cierto es que algo me cayó del techo y me vino a acertar un buen y duro golpe en la frente.
Pasé mi mano por la cabeza y en seguida mis dedos sintieron un liquido pegajoso en ellas. Corrí a encender la luz y que impacto me llevé, cierto, tenía un líquido en la mano, pero este era completamente negro, lo olí y descubrí de inmediato que era tinta, tinta negra, me escurría tinta del cerebro. Que cosa más extraña, no supe ni que pensar, y bien hecho porque mientras más pensaba, más tinta salía a chorros.

Mas extraño aún, fue el hecho de ver mi cama, las cobijas estaban llenas de palabras, embarradas en tinta, había frases enteras ahí y todas tenían un camino hasta el borde de la cama. Fue justo ahí donde lo vi, lo que me golpeó, era increíble, me quedé sin respiración al verlo, tieso, sin moverme, vi como bajando la punta de mi cama estaba el cuento, MI CUENTO; era grotesco, con sus patas llenas de letras y escurriendo en tinta pegajosa, su cola era un conjunto de vocales y mayúsculas, tenía el cuerpo lleno de hojas amarillentas y su tamaño era como el de un gato. Y vi como me veía con esos ojos malditos con forma de O mayúscula, escupiendo palabras.
Hacía un ruido horrible como el que hacen las maquinas de escribir oxidadas al golpear fuerte las teclas. Era asqueroso, y más horrible era el hecho de saber que eso había salido de mi cabeza, al menos eso alcance a deducir antes de que un chorro de tinta me bañara de nuevo la cara por andar pensando de más. Rápidamente lo seguí, este cuento no se me escapaba, no podía dejar que alguien lo viera. Corrió rápido, se metió debajo de la cama pero yo tenía mucho miedo de agacharme, ni loco me atrevería a meter ahí la mano, busqué una camisa en el closet y me tapé la herida. No sabía si el hecho de chorrear tinta fuera a dañar mi salud, pero si así pasaba con la sangre quizá también con esto; que raro, salía tinta de la cabeza, era insólito, pero eso lo pensaría después, mi preocupación ahora, es ese repugnante cuento, algo dentro de mi se encendía, me provocaba una gran vergüenza el hecho de que alguien lo viera, así que me propuse destruirlo como fuese, con valor o no.

Encontré un bastón recargado en el filo de la otra recamara, lo tomé y entré de nuevo a la mía, con toda la intención de molerle la tinta a golpes. Me moví despacio, sin hacer ruido, a la tinta de mi cabeza se le unía el sudor del nerviosismo. Di dos pasos hasta quedar bien ubicado frente a mi cama, ahí debajo escuché ese sonido atroz, el clac clac de las maquinas de escribir, al agacharme, el sonido se detuvo. Miré un poco y vi una laguna de letras: una f, una m, una ñ. Todas se me pegaron a las rodillas como si fuesen tatuajes, pero no me importaba, metí el bastón con fuerza y el chillido empezó de nuevo, mas fuerte y mas agudo, como un pizarrón rasgado por uñas afiladas. El cuento salió corriendo, me dio tanto miedo verlo acercarse a mí que trepé rápido a la cama, y el asqueroso cuento salió de mi habitación para seguir por todo el pasillo, a toda prisa, dejando su pegajoso rastro de tinta en el camino.

Me sequé el sudor y suspiré de miedo que así es como se quita, agarré coraje inflando el pecho y bajé de la cama para seguirlo. Al caminar pisé la tinta y sentí, con mis pies descalzos, lo inimaginablemente pegajoso de ella, una tinta muy oscura y fría.
Al prender las luces de la sala vi como el cuento había pasado ya por ahí, por el suelo. El techo, los sillones, la mesa, era una criatura bastante rápida, y yo, al enfocar la mirada al piso me di cuenta de que no eran simples manchas de tinta, eran párrafos enteros de pequeños cuentos y poemas que pertenecían únicamente a mi cabeza, trozos de olvido que jamás escribí en papel, por miedo o quizá por vergüenza; y ahora estaban ahí, en el piso, escritos con mayúsculas y pude leerlos bien:

Esperaré por ti querida, esperaré contento
Aunque sean más grandes las heridas
Y más obvio el descontento.
Yo no miento, más bien siento,
Que el objeto de la vida
Es ir pudriendo al sentimiento.

Poema mas horrible, pensé. Rápidamente revolví esas letras con la planta de mi pie y vi como las letras se quedaban pegadas en mi cuerpo. No me gustaba la sensación de ver todo eso adherido a mí. De pronto sentí una fría gota de tinta que caía galopante sobre mi nuca, mi cuerpo se paralizó, lentamente asome mi mirada al techo y ahí estaba, el horrible cuento, son sus ojos mas mayúsculos que antes, viéndome con la mirada mas horrible que una letra puede darme.
Ni siquiera grité, intenté correr pero no pude, nos quedamos ahí, viéndonos en una sala vacía y a la vez llena de tinta, miedo y suspenso. Mi cuerpo temblaba de la piel para adentro, era horrible verlo, era un cuento malo, siniestro, no se movía, estaba esperando a que yo lo hiciera primero y así fue.

Empuñé el bastón con fuerza y le acerté un buen golpe; el chillido fue espantoso, cayó al suelo y se retorció, chillaba en un volumen muy alto, y yo pensé en pisarlo; pero no pude, simplemente me quedé paralizado al ver sus ocho patas moverse buscando un rumbo en el aire, cayó boca arriba, y vi en su pecho lleno de hojas arrugadas y quemadas, ahí vi el hueco que le hice al golpearlo, escurría mucha tinta, esta vez era tinta azul y roja, era grotesco y asqueroso.

Cerré los ojos para clavarle mas golpes y al abrirlos y clavar el bastón en el charco de palabras, vi que ya no estaba, logró darse la vuelta y salir corriendo. Volteé para todos lados, era obvio que subió las escaleras, por el rastro que había dejado. Bajo el bastón había un texto extraño que decía:
-Todos lloran y están tristes, los dueños, las paredes, la casa, la calle de afuera, la ciudad que la conserva, el cielo que respira, hasta el pez de colores estaba tan triste que decidió saltar de su pecera para, si tenía suerte, ser aplastado como todos……..

Dios, pensé, que es esto, me daba miedo seguir leyendo.

Lo busqué por toda la casa, los rastros de tinta eran tantos que recorrí la casa tres veces, cansado y asustado hasta la piel, me senté. Me parecía oír sus gritos tan cerca de mí que miraba incluso hasta debajo de la silla. Estaba tan pendiente de si lo veía pasar, de todos modos estaba herido. Así fue hasta que empecé a quedarme dormido, y en un instante me di por fin cuenta de que por suerte los humanos tenemos sueños, los trabajos ahí dentro pueden más que las inquietudes de aquí afuera.

Cerré los ojos para dormir y de inmediato sentí una fría lengua lamiéndome mis dedos del pie, abrí los cansados ojos y escurrió un gran chorro de tinta de mi herida, ya no podía mas, el miedo y la falta de tinta en mi cerebro empezaban a marearme. Vi mis pies y vi el cuento, mi cuento, moribundo, gimiendo y lamiéndome para recuperar la tinta que había perdido con mi certero y valiente golpe. Levantó su feo rostro lírico y vio mi cara, toda manchada de su líquido vital, de pronto y sin darme cuenta, saltó hacia mí y me tumbó hacia el piso.
Solo sentí mordidas en mi rostro y pude notar que tan fuerte se clavaban sus patas en mi pecho, eran letras bastante afiladas, yo lo golpee y sacudí las piernas para quitármelo, pero no podía detenerlo, me tenía bien atrapado, agoté todas mis fuerzas en ese shock y me desmayé.

A la mañana siguiente abrí los ojos, me dolía toda la cara, tenía cortadas pequeñas en el pecho, me toqué la frente y sentí un pequeño hueco, pero ya no salía nada. Me puse de pie adolorido y vi mi casa, toda oscura de tanta tinta, bañada en versos y palabras, pero no sentí ya vergüenza al verlo, me parecían ahora, cosas ajenas a mi.

Subí a bañarme y limpié mis heridas, no vi nunca ni una gota de sangre. Al llegar a mi cama vi aquel monstruo roncando encima de ella, más grande en tamaño. Pero no sentí nada de asco al ver a mi cuento, lo abrasé, lo hice a un lado y dormí junto a el.

Abandoné mi capacidad para pensar, ahora yo hacía lo que mi cuento me escribiera en las paredes, me forzó a transcribir todo lo que había en ellas a hojas, así surgieron muchos libros que no tardaran instantes en hacerse famosos.
Pero yo y mi cuento no salimos nunca de mi casa, así estamos bien, yo ya no pienso solo salgo de vez en cuando a la calle, traigo mujeres y escritores, los invito a quedarse aquí algunos dias, aceptan, les fascina ver las paredes tapizadas de literatura.

Cuando duermen, saco a mi cuento del cuarto, lo acaricio y le digo:

-A comer amiguito- y se abalanza a sus cabezas, a chuparle toda la tinta que les queda.

Ya esta tan pesado y grande como un cerdo, unos meses mas y se convertirá en una novela.

Saavedra

domingo, 14 de marzo de 2010

La esperanza muere al ultimo

Esperanza sujetaba ese papel aparentemente insignificante con gran fuerza lo sujetaba como si en ellos se le fuera la vida. Parada frente a su tocador mirándose fijamente a los ojos no podía dejar de llorar con una rabia, algo que no podía controlar.
Mientras se veía a los ojos y sujetaba entre sus manos ese billete de lotería deseando que esta vez si seria el boleto ganador y también seria el cambio total de su vida, con todo ese dinero podría ser una persona nueva y diferente. Una persona que cambiaria su presente para olvidar su pasado, olvidaría a su madre alcohólica a su padrastro pedófilo (que cada noche durante cuatro años había visitado su cuarto) a su hermano drogadicto que solo la utilizaba su cuerpo como negocio para benéfico personal, pensaba que toda su existencia seria diferente, al fin tendría el valor de renunciar a su trabajo, donde su jefe era un acosador sexual, y por lo único que valía la pena este mundo y por lo cual seguía comprado ese boleto de lotería era por su hermano Ángel al que algún día lo ayudaría y salvaría de esa casa de enfermos. Se repetía cada día que compraba su billete de lotería siempre con el mismo número porque sabia que tarde o temprano el destino la favorecería.
No paraba de llorar, la razón principal de su pesar ese día era porque en su mente estaban las palabras de su madre como un eco que no desaparecía de su mente. “Recuerda Esperanza hoy es el funeral de Ángel”, hacia meses que no veía a su familia y ella esperaba no verlos nunca mas pero tendría que afrontar la realidad.
Se puso se mejor ropa, ese es lo que su madre esperaba de ella, sujeto el billete de lotería, salió a su balcón, fumo con un deleite que no concordaban con sus lagrimas, dejo caer tranquilamente la colilla de su cigarro, dejo volar su billete de lotería y salto de su balcón…

Sentados en la banqueta Gerardo y Mario ven caer junto a sus pies un billete de lotería.
Gerardo lo levanta y apunta un par teléfonos al reverso, guardándolo así en su cartera.
Al día siguiente Gerardo toma el periódico y lee en la nota roja mujer de 23 años salta de la azotea de su departamento. Continúa hojeado el periódico y observa los resultado de la lotería saca el billete que un día antes había levantado, no lo puede creer todos los números concuerdan es increíble esbozando una sonrisa piensa no cabe duda hay personas que nacen con suerte y otras que tienen suerte de nacer.

Dublin...

sábado, 20 de febrero de 2010

3 escenas, un diálogo
(A propósito de la semana santa)



Escena 1 (El drama del milagro)



Debo ser sincero, la realidad es que obedezco al gran temor que siente hasta mi última entraña encabezando todo mi cuerpo y el mismo espíritu pegado a mis huesos que ya muchas veces a esta fecha ha sido confundido con el alma, algo que irónicamente yo inventé, hecho que se ha salido sin control de mis manos, no puedo creer que la vanidad, esa arma que uso para derribar argumentos se haya volteado en mi contra, aun que a decir verdad esas enseñanzas que plasmé nunca me interesaron, ahora anhelo ser un hombre normal, el peor mendigo estaría bien, debo añadir también que nunca debí hacer caso a la corrupta de mi madre y seguir el juego de esta farsa, nunca debí autoproclamarme hijo directo de dios, yo, un terrenal cualquiera que no hace milagros, que no tiene absolutamente nada para brindar esa ultima cena, que robará para lograrla, puesto que si no hace posible el mentado y malintencionado milagro perderá toda credibilidad y será asesinado por sus propios amigos.
Heme aquí sentado llorando sin saber que hacer, mientras todos siguen pensando y esperando más que tranquilos y confiados el milagro.

Escena 2 (La tortura, justificada)


-Déjenme! Por favor déjenme!, he repetido mil veces que no soy hijo directo de dios, que todo fue un invento mío, por favor, ya no puedo más he dicho más que la verdad-
-AH! Eso si que no! Te quedarás callado, como tu azotador debes obedecerme, por que la intensión es dar este gran espectáculo, no debes preocuparte por gritar hasta el cansancio verdades que todos ya sabemos, lo único que importa ahora es este gran montaje digno de ser recordado por el resto de la historia, así que tu no te preocupes he dicho, de todas formas morirás-…
Siempre tuve miedo, todos creían que yo era rebelde y radical, pero no hice más que lo que ordenó mi madre siempre, si yo fuera valiente terminaría esta tortura, en dado caso es mejor la muerte, pero a mi la muerte me aterra y tengo la esperanza de seguir vivo, por eso sigo con esta maldita cruz, tal ves sea perdonado, tal ves no muera.
(Días después)
-Mírenlo, obsérvelo bien, el es Jesús, el hijo de dios y murió por nosotros, murió por amor-.



Escena 3 (El castigo, en algún lugar del “cielo”)


-de verdad no puedo dejar de reírme, comienza a dolerme mi estomago a que risa-

-hola Jesús-
-Perdón señor ¿es usted Dios?
-en efecto, dios si, tu padre no lamento desanimarte-
-gracias por perdonarme, gracias!-
-¿perdonarte? No, tampoco, tendrás tu castigo que para ingenio humano debo decir es fascinante.
Pues bien Jesús te quedarás en esa cruz por los siglos de los siglos, ellos, tus seguidores humanos se encargarán con el tiempo de reflexionar e irás desapareciendo paulatinamente de sus vidas,
Brillante!, es más haré un trato contigo, “ el día en que el ser humano te olvide y no quede uno solo reconociéndote como hijo mío, ese día te bajaré yo de esa cruz y te adoptaré legítimamente como mi hijo”-
-esta bien señor mío lo merezco, no respingaré, solo le pido que modifique a ese defectuoso ser humano que logró-
-Calma, calma! Yo pienso en todo en eso estoy trabajando y no lo vas a creer, pero ya encontré el defecto que le di a la Tierra-
-¿puedo saberlo?
-por supuesto, el gran defecto es la cadena alimenticia.
Siempre hay uno comiéndose a otro, desde ese mínimo detalle comenzaron los problemas,
Ahora mi problema es que no se como deshacerme de ella…



FARAH

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cuatro ancianas

Cuatro ancianas, tejiendo todas, meciéndose al unísono en un circulo de mecedoras suspiraban añorando con tristeza las sonrisas de sus pasados días de gloria.

El suspiro mas largo pertenecía a la mujer mas vieja y en cambio la sonrisa menos amarga emanaba de la mujer menos gastada por el tiempo, teniendo cada una cinco años menos que la que tejía a su lado. A las cuatro mujeres les faltaban dientes, las cuatro tejían a prisa atentas en su costura, dos de ellas eran viudas y las otras divorciadas pero todas compartían la tristeza del esposo muerto.

Después de cuatro horas de estar tejiendo solo abrieron la boca para estornudar, toser y suspirar, y es que el destino las tenía ahí reunidas , al parecer a la fuerza, ya que nunca se llevaron bien en sus juventudes y los años no ayudaron mucho.

Si esta escena se realiza es a causa de la soledad que nublaba hace décadas sus delicadas almas, después de años de estar solas decidieron estar juntas y al menos acompañadas, pero aunque juntas siempre han estado solas, cada una con el mundo retumbando en su pasado, en aquellos días en que su gallardo esposo las necesitaba y ellas se sentían amadas, útiles y amadas. Y aunque muertos los esposos ellas estaban mas tranquilas así, prefiriéndose ellas vivas y sus ancianos muertos, y es que solo la mujer esta hecha para soportar la soledad, llegando al punto de acostumbrarse a ella y vivir a su lado haciéndole el desayunado y acompañándola a donde ella guste; sus corazones son mas duros, en cambio el hombre tiende a hacerse pedazos y acabar muriendo en vida.

Los días de felicidad y la tragedia cumplían varios años de ausencia en las memorias de cada anciana y esas cuatro mujeres solas y a la vez acompañadas veían en sus tejidos las frías causas de sus cansadas vidas y aunque por dentro sabían que les tejían bufandas a nietos que nunca en su vida las visitarían o que incluso no existían, pero ellas aprovechaban que sus ojos ya no lloraban y que bien podían simularse ahora estas falsas alegrías.

Una de ellas irrumpió el silencio derramado en la habitación y con fuerza desmedida y orgullo escaso, pero aún presente, levantó una bufanda terminada generando así que las otras detuvieron sus costuras para admirar con disimulada desconfianza el ropaje terminado.

-Vaya, por fin una bufanda bonita Consuelo- dijo Dolores mientras tosía.

-¿Bonita? Pero si los colores son horribles ¿Qué niño va a querer ponerse esa cochinada gris?- gritó Soledad.

-Cállate Soledad, al menos yo si tengo a mis dos nietos para que las usen, no me la paso inventando que los tengo a diferencia tuya- gritó Consuelo alterada y egoísta.

-Claro que tengo a mis dos nietos, mi hijo es capaz de hacerlos estoy segura, algún día me van a venir a abrazar, me dirán abuelita donde has estado y se van a reír cuando les cuente que tus nietos nunca vendrán a verte- dijo Soledad inspirada.

-Calma- dijo Dolores simulando un grito. –No han venido a vernos nunca, desde hace décadas, estamos solas y olvidadas nuestros hijos que nos dan por muertas, el mundo nos da por muertas, nosotras mismas nos hemos dado ya por muertas; ninguna bufanda buena o mala va a cambiar eso por muy perfecta que sea, tan solo nos queda tejer bufandas para que se sepa de nuestra existencia.

Al menos una de ellas vivía con la realidad frente a sus ojos, y es que el olor a gatos y orines que volaba en la habitación generaban un ambiente de decadencia que bien daba la sensación de que la muerte estaba ya cerca o en planes de asistencia.

Había llegado justo después del comentario de Dolores una verdad que durante años las ancianas distrajeron con recuerdos, pero inevitable era que los recuerdos no podían resistirse ante el golpe duro y frío de la acosadora realidad constante. Morirían pronto, en días o meses, las canas ya no podían ser más blancas, las manos ya no podían temblar más días, la memoria ya no quería estar recordando y sucumbiría pronto a la locura.

Con las miradas tristes y los cuerpos agotados las cuatro ancianas se miraron a los ojos por primera vez en años, se veían como si fueran espejos entre sus propias almas y descubrieron que quizá no eran tan distintas, aunque tuvieron vidas diferentes todas cedieron ante lo mismo: amores perdidos, familias ausentes, hijos sin memoria, nietos sin conciencia, algo en común las ataba y solo sus orgullos las había mantenido alejadas pero aun así se dieron cuenta que lo que siempre las mantuvo vivas fue la soledad, en la cúspide de la vida se da uno cuenta de su significado y ellas por fin lo comprendieron casi cien años después, al unísono sonrieron para sí y para las demás, suspiraron y siguieron tejiendo mas alegres que nunca; y es que las mujeres siempre se ponen de buenas con las noticias mas malas, y mientras mas felices, mas ancianas.

Cuando llegue la muerte por ellas sentirá envidia por las sonrisas de sus caras, las caras del circulo de ancianas.

Saavedra.

jueves, 10 de diciembre de 2009

el alba

Dedicado a mis pasiones sin las cuales no estaría viva.

El alba

Estaba llegando el alba no lo podía creer, tenia una gran jaqueca ¿como es que me lo había permitido?, no recuerdo nada tan nítidamente, solo que desperté en este arrabal. Pero de algo estoy segura ese churro estaba muy bueno, nunca había probado uno tan fuerte, me encauso a lugares lejanos, perros negros y libros todos conviviendo en armonía, como una me hermosa melodía, pero al final todo se distorsiono e hizo una explosión, todo mi ser se desespero lo supe porque al despertar mis ojos estaba llorosos, sintiendo este gran vacio que no puedo contener.

Caminó hacia un lugar bastante oscuro, se lo que es el olor lo delata, es un anfiteatro, caminó vacilante tropiezo con algo escucho como cae y se rompe, el liquido se expande, alguien enciende la luz y lo veo se de inmediato que es mi corazón tratando de reprimir mis latidos con este lazo sentimental, que me hace sufrir.

DUBLIN.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Las seis calles de Gorki

Gorki avanzaba, como cada mañana, sobre la calle 72 con destino a la 78. Su egocentrismo elevado no le permitía ver hacia abajo ni hacia los lados, lo cual ocasionaba un sin numero de accidentes, caídas, tropiezos y un continuo pisar de mierdas por parte de sus zapatos.

En cada caída, lo elegante y egocéntrico de Gorki se veía disminuido, por lo menos eso pensaba la gente de esas calles cuando lo veían caer. Gorki tropezaba y se levantaba sin mirar jamás hacia abajo, ni hacia los lados, su vista siempre permanecía clavada en la distancia, hacia la calle 78.

¿Qué hacia en esa calle? Solo Gorki lo sabía, nadie había tenido necesidad de ir a esa extraña calle. Todos comenzaron a intrigarse, algo en su cabeza les hacia dudar y sentir ansias por saber el destino de aquel hombre. Las calles empezaron a crear hipótesis sobre su diaria caminata.


-Gorki tiene un pacto con el diablo- decían- y es en la 78 donde el infierno mismo se encuentra- dijo una anciana a su grupo de amigas mientras lo veían pasar.

-Gorki es un ángel, y el Señor lo llama a diario en esa calle- decían las monjas entre si al verlo pasar con su mirada fija en aquel punto con los ojos vidriosos, ansiando esos ojos, llegar aun mas rápido que el mismísimo Gorki.

Si bien Gorki era ya todo un personaje en aquel barrio, nadie se atrevía jamás a detenerlo, mucho menos hablarle, mucho menos de frente. Un día, después de planearlo con mas temor que con determinación, un grupo de jóvenes decidió detener el paso de Gorki, las ansias no los dejaban, les daba comezón en el cuello de solo pensarlo, debían hacerlo.

A los 6 meses de que Gorki empezara su caminata, cansados de la intriga, decidieron después de 6 días de planearlo, detener su marcha, y así lo hicieron, se necesitó de 6 hombres para poder frenar su paso.

Al ver esto, las calles se alarmaron, la gente comenzó a gritar como locos al ver interrumpido el camino de Gorki.

-Suéltenlo imbéciles, déjenlo caminar en paz- gritaron unos.

-Agarrenlo fuerte, deténganlo, no lo suelten- gritaron otros mas.

A su alrededor las 6 calles se vieron rodeadas de personas, todas con opiniones propias sobre el origen y futuro de Gorki. Nadie opinaba lo mismo, pero todos gritaban igual. La tensión subía a cada segundo, las caras se ponían rojas, las frentes empezaron a sudar y los gritos se hicieron alarde, y todo porque Gorki empezaba a moverse y los 6 hombres ya no podían aguantarlo estático durante mas tiempo. Por fin en un súbito arranque de valentía (producto quizá del alboroto), un joven más alto que todos decidió mirar entre los míticos ojos de Gorki y la famosa calle 78. Jamás nadie gozó de ese atrevimiento, nadie podía ver a Gorki a los ojos, por el hecho de que Gorki en sí no veía nada.

Con firmeza el joven se asomó lentamente entre aquella famosa vista, vio los ojos de Gorki y de inmediato sintió como, por primera vez en su vida, había ausencia de luz.

-Se le están cayendo los ojos- gritó una anciana al lado suyo.

En segundos los ojos de aquel joven se derritieron, cayeron por entre su cara y terminaron esparcidos en el piso. No gritó, más bien se desplomó como agua que cae de golpe en el cemento. La multitud guardó silencio, las 6 calles quedaron mudas. Gorki se libró en ese mismo instante de aquellos 6 jóvenes y siguió su paso, no sin antes tropezar con el cuerpo del joven que se atrevió a verlo de frente y de resbalar con lo viscoso de sus ojos.

La multitud no hizo caso al cuerpo, -ahora cadáver-, y sintieron en ese momento una comezón que empezó en sus tobillos y subió hasta su cara, algo dentro de ellos los motivaba a andar tras el paso de Gorki. Hipnotizados y en un silencio frío, siguieron al hombre. Durante 5 calles no hubo más sonidos que los de Gorki tropezando. La gente detrás de el lo seguía con una devoción inquietante. Si Gorki se dirigía al cielo o al infierno eso ya no importaba, las 6 calles lo seguirían a donde fuese.

En la calle 75 y de repente, Gorki se detuvo, no caminaba muy rápido para percibir esto pero la multitud que le seguía y que veían atentos cada paso de Gorki notaron con asombro el hecho de que se detuviera. El silencio anterior no se comparaba con el que ahora flotaba en todas las 6 calles; de pronto, Gorki enfocó bien la mirada y visualizando mas de cerca la 78 empezó a correr, a toda fuerza, su vista puesta hacia esa calle se hacia mas grande, sus ojos se abrieron y se iluminaron mas y mas.

La multitud empezó, un segundo después, a correr detrás de el, las ancianas lentas, las monjas gordas, los niños descalzos, los ejecutivos sádicos, los policías grotescos, las madres tristes, los jóvenes drogados, todos detrás de el, como ansiando lo imposible a cada trote.

Al fin Gorki cruzó la calle 77, estaba a unos pasos.

Atravesando la calle y llegando a un poste alto y negro con letreros en su punta, se detuvo, se tiro al piso y con la vista clavada aun en lo alto del poste, Gorki cerró los ojos y murió.

En el momento en que Gorki cerró los ojos, la gente despertó del trance, se miraron unos a otros con la misma cara de asombro que tenían cuando pensaban en el destino de Gorki, al unísono todas las calles y sus multitudes miraron a lo alto del poste.

No existía la calle 78, nunca existió, y al darse cuenta de esto empezaron a sentir de nuevo ese cosquilleo incomodo que partía de sus tobillos y esta vez se estancaba en sus ojos, al momento empezaron todos a llorar, no lloraban de tristeza ni de alegría, sus ojos se estaban limpiando por primera vez en su vida, no era un llanto de sollozos, cuando las miradas quedaron por fin limpias todas súbitamente se dirigieron hacia atrás, dieron vuelta a sus cabezas y vieron hacia la calle 72. Empezaron a caminar hacia ella, con la vista clavada en la ansiada 72, sin mirar hacia abajo o hacia los lados, tropezando con lo que fuese. Gorki murió en su trabajo.


-Saavedra-.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Habitación

No tenía idea de qué era lo que me podía mantener despierto a las cuatro de la madrugada; mis sentidos, hábiles como los de un gato, podían captar todos y cada uno de los detalles que se agrupaban lentamente a mi alrededor, tenía miedo, y tratar de averiguar el por qué podría haber sido una buena forma para tratar de conciliar el sueño.
No vacile, estire la mano hasta el buro y tome el paquete de cigarrillos, prendí uno y comencé a fumarlo, podía sentir como mi boca se llenaba de humo y como éste se trasladaba ágilmente por mi garganta hasta llegar a mis pulmones ¡Dios! Que sensación, amaba fumar, sentir como ese pequeño e insignificante objeto que me robaba la vida de manera sutil y embriagadora podía hacer que mi realidad, mi cruda realidad, se transformara por unos cortos minutos en un instante placentero. El cigarrillo se termino y regrese a la oscuridad de mis cuatro paredes, podía ver como los muebles lograban hacer monstruosas formas que invadían mi habitación invitándome a sentir el mas puro de los miedos, la mas sincera de las angustias, la mas horrible de las desesperaciones. No tiene caso permanecer mas tiempo acostado, me decido, tomo mis pantuflas y me propongo dirigirme hacia la cocina a preparar café, realmente necesitaba una buen taza de café, tropiezo torpemente entre zapatos y pantalones, entre libros y mochilas. ¡Vaya desastre! Mi habitación hacia honor al mas puro de los caos, esa era mi vida reflejada en un cuarto, una cabeza desordenada, ilusionada y sumamente distorsionada ¿era un crimen que una habitación mostrara el reflejo de tu personalidad? Yo creía que no, era un crimen tratar de poner orden a ese santo lugar, el solo pensarlo hacia que un rudo escalofrió recorriera mi espina. Cada una de mis emociones, sueños, aspiraciones, miedos y tristezas tenía su lugar en ese pequeño espacio, atreverme a mover algo era atreverme a mover parte de mi vida; no tenía el valor suficiente de atreverme a cambiar, de descubrir cuál era la verdadera persona que vivía en mí, no era que estuviera descontento con la persona que hasta ese momento había sido, sino que qué pasaría si ese nuevo yo resultaba ser algo inesperado, algo que no podría llegar a controlar y terminaría consumiendo todo lo que yo creí ser hasta ese entonces. Miro el reloj ¡mierda! He perdido una hora tratando de decidir qué hare con mi habitación; mi frente sudaba, el calor que hacia esa madrugada me volvía loco, el miedo se había ido, las ganas de fumar también, había olvidado poner una cafetera, simplemente me encontraba, cruzado de piernas en medio de mi habitación, viendo pasar el tiempo, tiempo que ya no recuperaría, tiempo que en algún punto de mi vida me arrepentiría de haberlo perdido, pero en ese momento, en ese instante fugaz, estando cruzado de piernas en medio de mi habitación lo único que me importaba era ver como cada parte de ese desorden brutal hacía referencia a una acción brutal. Ahora lo único que restaba por hacer era poner orden a mi habitación, poner orden a una vida, mi vida.
Vampire weekend