miércoles, 28 de abril de 2010

Tan pesado y grande como un cerdo.

Estuve toda la mañana pensando en un cuento, me estuvo devorando, tenía dentro ideas, diálogos, personajes, traiciones, letras, comas, puntos y comas y esas cosas. Mientras imaginaba había una mujer hablándome, y yo, tan metido en mi cabeza solo le respondía: si, no, quizá, no se; al parecer esto era mas que suficiente ya que empezó a sonreír al terminar su platica, se limpió las lagrimas y me dio un beso en la frente justo antes de marcharse.

Y yo seguía con mi cuento dentro de la cabeza, cerraba los ojos y veía cosas horribles, los abría y volvía a cerrar y el cuento era diferente, un poco mas contento.
Cansado de tanto pensar, y de tener las hojas vacías, mi cabeza cedió fácilmente ante las almohadas y cobijas, que los sueños hagan el cuento, yo ya estoy cansado. Cerré los ojos.

De repente algo me golpeó la cabeza, un buen golpe, de tan profundo sueño me costó abrir bien los ojos, y de que me servía si estaba todo oscuro, lo que es cierto es que algo me cayó del techo y me vino a acertar un buen y duro golpe en la frente.
Pasé mi mano por la cabeza y en seguida mis dedos sintieron un liquido pegajoso en ellas. Corrí a encender la luz y que impacto me llevé, cierto, tenía un líquido en la mano, pero este era completamente negro, lo olí y descubrí de inmediato que era tinta, tinta negra, me escurría tinta del cerebro. Que cosa más extraña, no supe ni que pensar, y bien hecho porque mientras más pensaba, más tinta salía a chorros.

Mas extraño aún, fue el hecho de ver mi cama, las cobijas estaban llenas de palabras, embarradas en tinta, había frases enteras ahí y todas tenían un camino hasta el borde de la cama. Fue justo ahí donde lo vi, lo que me golpeó, era increíble, me quedé sin respiración al verlo, tieso, sin moverme, vi como bajando la punta de mi cama estaba el cuento, MI CUENTO; era grotesco, con sus patas llenas de letras y escurriendo en tinta pegajosa, su cola era un conjunto de vocales y mayúsculas, tenía el cuerpo lleno de hojas amarillentas y su tamaño era como el de un gato. Y vi como me veía con esos ojos malditos con forma de O mayúscula, escupiendo palabras.
Hacía un ruido horrible como el que hacen las maquinas de escribir oxidadas al golpear fuerte las teclas. Era asqueroso, y más horrible era el hecho de saber que eso había salido de mi cabeza, al menos eso alcance a deducir antes de que un chorro de tinta me bañara de nuevo la cara por andar pensando de más. Rápidamente lo seguí, este cuento no se me escapaba, no podía dejar que alguien lo viera. Corrió rápido, se metió debajo de la cama pero yo tenía mucho miedo de agacharme, ni loco me atrevería a meter ahí la mano, busqué una camisa en el closet y me tapé la herida. No sabía si el hecho de chorrear tinta fuera a dañar mi salud, pero si así pasaba con la sangre quizá también con esto; que raro, salía tinta de la cabeza, era insólito, pero eso lo pensaría después, mi preocupación ahora, es ese repugnante cuento, algo dentro de mi se encendía, me provocaba una gran vergüenza el hecho de que alguien lo viera, así que me propuse destruirlo como fuese, con valor o no.

Encontré un bastón recargado en el filo de la otra recamara, lo tomé y entré de nuevo a la mía, con toda la intención de molerle la tinta a golpes. Me moví despacio, sin hacer ruido, a la tinta de mi cabeza se le unía el sudor del nerviosismo. Di dos pasos hasta quedar bien ubicado frente a mi cama, ahí debajo escuché ese sonido atroz, el clac clac de las maquinas de escribir, al agacharme, el sonido se detuvo. Miré un poco y vi una laguna de letras: una f, una m, una ñ. Todas se me pegaron a las rodillas como si fuesen tatuajes, pero no me importaba, metí el bastón con fuerza y el chillido empezó de nuevo, mas fuerte y mas agudo, como un pizarrón rasgado por uñas afiladas. El cuento salió corriendo, me dio tanto miedo verlo acercarse a mí que trepé rápido a la cama, y el asqueroso cuento salió de mi habitación para seguir por todo el pasillo, a toda prisa, dejando su pegajoso rastro de tinta en el camino.

Me sequé el sudor y suspiré de miedo que así es como se quita, agarré coraje inflando el pecho y bajé de la cama para seguirlo. Al caminar pisé la tinta y sentí, con mis pies descalzos, lo inimaginablemente pegajoso de ella, una tinta muy oscura y fría.
Al prender las luces de la sala vi como el cuento había pasado ya por ahí, por el suelo. El techo, los sillones, la mesa, era una criatura bastante rápida, y yo, al enfocar la mirada al piso me di cuenta de que no eran simples manchas de tinta, eran párrafos enteros de pequeños cuentos y poemas que pertenecían únicamente a mi cabeza, trozos de olvido que jamás escribí en papel, por miedo o quizá por vergüenza; y ahora estaban ahí, en el piso, escritos con mayúsculas y pude leerlos bien:

Esperaré por ti querida, esperaré contento
Aunque sean más grandes las heridas
Y más obvio el descontento.
Yo no miento, más bien siento,
Que el objeto de la vida
Es ir pudriendo al sentimiento.

Poema mas horrible, pensé. Rápidamente revolví esas letras con la planta de mi pie y vi como las letras se quedaban pegadas en mi cuerpo. No me gustaba la sensación de ver todo eso adherido a mí. De pronto sentí una fría gota de tinta que caía galopante sobre mi nuca, mi cuerpo se paralizó, lentamente asome mi mirada al techo y ahí estaba, el horrible cuento, son sus ojos mas mayúsculos que antes, viéndome con la mirada mas horrible que una letra puede darme.
Ni siquiera grité, intenté correr pero no pude, nos quedamos ahí, viéndonos en una sala vacía y a la vez llena de tinta, miedo y suspenso. Mi cuerpo temblaba de la piel para adentro, era horrible verlo, era un cuento malo, siniestro, no se movía, estaba esperando a que yo lo hiciera primero y así fue.

Empuñé el bastón con fuerza y le acerté un buen golpe; el chillido fue espantoso, cayó al suelo y se retorció, chillaba en un volumen muy alto, y yo pensé en pisarlo; pero no pude, simplemente me quedé paralizado al ver sus ocho patas moverse buscando un rumbo en el aire, cayó boca arriba, y vi en su pecho lleno de hojas arrugadas y quemadas, ahí vi el hueco que le hice al golpearlo, escurría mucha tinta, esta vez era tinta azul y roja, era grotesco y asqueroso.

Cerré los ojos para clavarle mas golpes y al abrirlos y clavar el bastón en el charco de palabras, vi que ya no estaba, logró darse la vuelta y salir corriendo. Volteé para todos lados, era obvio que subió las escaleras, por el rastro que había dejado. Bajo el bastón había un texto extraño que decía:
-Todos lloran y están tristes, los dueños, las paredes, la casa, la calle de afuera, la ciudad que la conserva, el cielo que respira, hasta el pez de colores estaba tan triste que decidió saltar de su pecera para, si tenía suerte, ser aplastado como todos……..

Dios, pensé, que es esto, me daba miedo seguir leyendo.

Lo busqué por toda la casa, los rastros de tinta eran tantos que recorrí la casa tres veces, cansado y asustado hasta la piel, me senté. Me parecía oír sus gritos tan cerca de mí que miraba incluso hasta debajo de la silla. Estaba tan pendiente de si lo veía pasar, de todos modos estaba herido. Así fue hasta que empecé a quedarme dormido, y en un instante me di por fin cuenta de que por suerte los humanos tenemos sueños, los trabajos ahí dentro pueden más que las inquietudes de aquí afuera.

Cerré los ojos para dormir y de inmediato sentí una fría lengua lamiéndome mis dedos del pie, abrí los cansados ojos y escurrió un gran chorro de tinta de mi herida, ya no podía mas, el miedo y la falta de tinta en mi cerebro empezaban a marearme. Vi mis pies y vi el cuento, mi cuento, moribundo, gimiendo y lamiéndome para recuperar la tinta que había perdido con mi certero y valiente golpe. Levantó su feo rostro lírico y vio mi cara, toda manchada de su líquido vital, de pronto y sin darme cuenta, saltó hacia mí y me tumbó hacia el piso.
Solo sentí mordidas en mi rostro y pude notar que tan fuerte se clavaban sus patas en mi pecho, eran letras bastante afiladas, yo lo golpee y sacudí las piernas para quitármelo, pero no podía detenerlo, me tenía bien atrapado, agoté todas mis fuerzas en ese shock y me desmayé.

A la mañana siguiente abrí los ojos, me dolía toda la cara, tenía cortadas pequeñas en el pecho, me toqué la frente y sentí un pequeño hueco, pero ya no salía nada. Me puse de pie adolorido y vi mi casa, toda oscura de tanta tinta, bañada en versos y palabras, pero no sentí ya vergüenza al verlo, me parecían ahora, cosas ajenas a mi.

Subí a bañarme y limpié mis heridas, no vi nunca ni una gota de sangre. Al llegar a mi cama vi aquel monstruo roncando encima de ella, más grande en tamaño. Pero no sentí nada de asco al ver a mi cuento, lo abrasé, lo hice a un lado y dormí junto a el.

Abandoné mi capacidad para pensar, ahora yo hacía lo que mi cuento me escribiera en las paredes, me forzó a transcribir todo lo que había en ellas a hojas, así surgieron muchos libros que no tardaran instantes en hacerse famosos.
Pero yo y mi cuento no salimos nunca de mi casa, así estamos bien, yo ya no pienso solo salgo de vez en cuando a la calle, traigo mujeres y escritores, los invito a quedarse aquí algunos dias, aceptan, les fascina ver las paredes tapizadas de literatura.

Cuando duermen, saco a mi cuento del cuarto, lo acaricio y le digo:

-A comer amiguito- y se abalanza a sus cabezas, a chuparle toda la tinta que les queda.

Ya esta tan pesado y grande como un cerdo, unos meses mas y se convertirá en una novela.

Saavedra